Rodrigo Lammardo no escribe sobre jazz. Hace jazz. Es decir, poesía. No pone palabras. Pone espíritu. Es decir, pasión. Asume el riesgo. Y lo hace bien.
Le canta a lo que hay que cantarle: a los maestros de la música, a los poetas desesperados, a los gatos callejeros y a los del hogar. “Celebra y canta” como decía Walt Whitman, porque también él merece estar vivo. Escribe en los colectivos de vuelta a su casa. Se sienta en la vereda a borronear palabras escuchando My funny valentine o Kind of Blue. Estruja la pasión, el verbo y la palabra. Lo sabe: nos tocó un mundo sin jazz. Y hay que reconstruirlo.
Mariano Schuster
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