“Los frutos del amor seco son de color negro y se adhieren a cualquier cosa que les pase cerca por medio de unas púas, también negras. Se prenden apasionadamente a todo: a la ropa, al pelo, a la piel, y cuando las queremos sacar, hieren las manos.” Desde la soledad del monte, acompañado de la dureza de una intemperie que ofrece al menos una forma de paz, él recuerda. Buenos Aires brillaba de banderas y bocinazos: Argentina campeón. Pero en su mundo nada se celebraba. Luego de seis años juntos, esa italiana magnética, enredada en una espiral de cocaína, fiesta y desvelo, comenzaba a irse. Pero antes, dos meses de desencuentros, de descontrol, de una masculinidad confundida intentando apaciguar el incendio que arrasaba con todo.
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