Confucio es el más práctico de los grandes maestros. Enseñó sobre el poder y lo buscó sin alcanzarlo. Despreció la épica y veneró la lírica. Ignoró el martirio y la iluminación. Conoció el fracaso corriente, la semisonrisa resignada. Calló sobre el más allá. Falleció de viejo, sin aparato. Porque despreciaba el desorden y amaba a los clásicos, Confucio parece conservador. En realidad, es el visionario de la más limpia y duradera revolución que se conozca. Fijó para los confucianos un estándar de competencia tan elevado que estos acabarían siendo “maestros de todo el mundo”, solicitados por el mismo orden que venían a reemplazar.
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