HABÍA UNA VEZ - María Teresa Andruetto - Calibroscopio

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Descripción del producto

Reseña de Raúl Tamargo para www.Imaginaria.com.ar Había una vez… es una frase contundente: su eficacia consiste, tal vez, en ubicar rápidamente al lector (o al oyente) en un pasado remoto e impreciso, un territorio en el que la incredulidad disminuye y la expectativa crece. Si a continuación se agrega en un país lejano, el lector (o el oyente) acabará por rendirse al universo de la ficción. Con este antiguo recurso, María Teresa Andruetto teje una red de la que no es posible salir sin formularse preguntas que obliguen a entrar una vez más. Nos habla de una mujer que contaba historias, una de las cuales cuenta que había una vez una mujer que contaba historias, una de las cuales… La expectativa se reproduce y resulta defraudada una y otra vez. La historia está en otro lado. En este sentido, Había una vez es más un poema que una narración. Curioso, si se piensa que, además, se trata de un homenaje a Las mil y una noches, esa vastísima compilación de relatos de orígenes remotos e imprecisos. Un verdadero homenaje al poder que los cuentos son capaces de ejercer: “Y así fue que, esperando morir, ella contó más de mil cuentos. Y en esos cuentos vivió para siempre.” La estructura se repite seis veces: Scheherezade, Anú, Saläh, Ghuta, Sura y nuevamente Scheherezade son las mujeres de esta historia. Sin embargo, en cada paso se presentan leves variaciones. Si Ghuta amaba los cuentos, Sura creía en ellos; si los cuentos de Scheherezade entretenían al gran Visir, los de Sura aplacaban la ira de su Señor; si Anú es una mujer extraña, Scheherezade es inteligente y sensible. Andruetto trabaja con un pequeño grupo de palabras, cuyo enroque reaviva su significación. Lejano es el país donde ocurren los hechos, pero también es lejana Saläh. Anú es una mujer extraña, como extraño es el país donde había una vez… Una verdadera lección sobre el modo de rescatar viejas y desgastadas palabras del lugar común donde es frecuente encontrarlas. La sutileza del tratamiento no le impide a la autora apretar la carbonilla sobre el papel. Así nos cuenta, hacia el final, que el gran Visir esperaba el momento apropiado para matarla (a Scheherezade) y que, mientras eso no sucediera, ella le contaba, con su voz de trueno… Si, como se dijo antes, al llegar al final del relato se despierta la necesidad de volver al comienzo, justo es decir que no solamente el texto es responsable. Había una vez es un bellísimo objeto. Pertenece a esa clase de libros que los nuevos soportes no pueden reemplazar. El formato, el papel, el diseño: todo promueve el acercamiento. Tapas de cartoné, guardas ilustradas y presentación en caja. Las ilustraciones de Claudia Legnazzi funcionan como un instrumento en una orquesta. Evocan el mundo árabe de Las mil y una noches, pero sin afán representativo, lo mismo que ocurre con el relato textual. Acompañan a éste en su rítmica. Texto e imágenes alternan una mujer y un país (una ciudad). Los primeros se presentan fragmentados, a razón de uno por hoja, mientras que las ilustraciones están trabajadas a doble página. En algún caso, éstas llegan a tener mayor contundencia, como en el tramo en que el relato dice “Cuentos de mujeres que contaban cuentos.” La narración no puede omitir la presencia de un varón. Es la crueldad de un hombre poderoso y despechado la que justifica la historia. Las ilustraciones, en cambio, pueden hacerlo, agregando sentido a un libro que, entre otras cosas, es también una reivindicación de la mujer.

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