No sospechaba que Adrián Cangi fuese a enviarme un archivo de sus propios poemas. Fue un nacimiento repentino, tal Palas Atenea brotando armada, con lanza, coraza y casco, del muslo de Zeus. En seguida vislumbré su envergadura, la decisión con la que avanzaba montado en sus alejandrinos, o versos de impulso largo, con energía imparable. De repente tuve ante mis ojos al Cangi poeta como un masivo glaciar que después de haberse roto y hundido en el mar, emerge de rebote entre las olas levantando torrentes de espuma y chorretadas de agua en todas direcciones. La muerte de sus padres destapa su caudal de poeta.
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