Si existe un tipo capaz de escenificar su propia muerte –creando un certificado de muerte ridículo y pagando a un doctor francés–, poner un saco de ciento cincuenta libras dentro del ataúd y desaparecer en alguna parte de este planeta –África, quién sabe– ese tipo es Jim Morrison. Él sí sería capaz de llevar todo esto a buen puerto. Friedrich Nietzsche mató a Jim Morrison.
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