Un mal recorre la época: la manía compulsiva de juzgar. El trámite procesal invade la vida pública. Todo el mundo parece querer juzgar a todo el mundo, como si esta escalada judicial fuera capaz de mitigar el oscurecimiento de la política y el hundimiento del civismo. Sin embargo, ya se trate de los grandes procesos por crímenes de lesa humanidad o de la experiencia de los tribunales penales internacionales, el juicio suena falso. Su justicia carece de justeza. Este malestar no es sólo el del derecho. Es en la misma medida el de la historia: en vez de aceptar la frágil incertidumbre del juicio humano, sigue siendo fuerte la tentación de apelar a viejos fetiches con mayúscula, la Historia o la Humanidad.
CORREO ARGENTINO
DESCUENTO DEL 10% POR TRANSFERENCIA BANCARIA
Protegemos tus datos