Podría decirse que Un resplandor empieza por el final: abre con una despedida. Pero ese principio en falso no es un cierre, sino una invitación, un ritual de cruce hacia un territorio más bien incierto. La idea de movimiento no es casual: los relatos que conforman este libro son inquietos; hay algo así como una pulsión de viaje, de búsqueda constante. A veces de huida. Esos desplazamientos son en algunos casos hacia dentro, al pasado, a través de capas de tiempo sedimentado en la memoria, y en otros hacia afuera, hacia la propia idea de borde, como si los personajes buscaran sus propios límites.
CORREO ARGENTINO
DESCUENTO DEL 10% POR TRANSFERENCIA BANCARIA
Protegemos tus datos