Lo que sé del fuego culmina de algún modo lo que sería una tetralogía de los elementos en torno a la experiencia de una vida que a su vez es parte de una generación. Cabe aventurar que el aire en Memoria de Funes (1998) simbolizaría el presente; la tierra en Restos de una civilización personal (2001), la muerte, lo perdido y lo que queda; el agua (onírica, nostálgica) en Impluvium (2004) y Buceo (2010), el olvido que cubre todo eso; el fuego arde ahora como metáfora de una pasión perdurable, imborrable, reclamando todavía un quinto libro de metales que (por lo que se sabe) estaría en curso.Beatriz Vignoli